Soy consciente de que PRINCE no caía muy bien, algo por otra parte muy entendible, y concretamente en sus visitas a España sacó lo peor de sí mismo como divo, y quizás ello explique la tibia reacción ante la noticia de su desaparición terrenal, al menos en España. Pero creo que los genios no vienen a este mundo “a caernos bien”, ni a que les disfrutemos como personas.
Es harto
complicado ser un genio como artista y a la vez ser una "persona
genial", y además gestionar adecuadamente los engorrosos asuntos del
"business".
A nivel
personal, cierta clase de "simpatía" me descorazona, en cambio,
algunas actitudes desagradables despiertan toda mi admiración.
¡Que empacho de
artistas pop en los que su “simpatía personal” y políticamente correcta está
muy por encima de sus dones artísticos! Y a la vez, ¡Que hartazgo de cantantes
pseudo- talentosos en los que su pretendido “genio artístico” se encuentra muy
por debajo de su ego personal !
Asistimos al final de una era, la de los
auténticos genios de la música popular.
“Purple
Rain” ¡Que canción! Me sigue removiendo, más de treinta años después de haberla
escuchado por vez primera, emociones difíciles de precisar, una extraña mezcla
de tristeza gratificante para el espíritu, ya que los genios y lo que producen
con sus manifestaciones, siempre son difíciles de aprehender. La canción,
fusiona de manera magistral el gemido del Blues, la espiritualidad del Góspel,
la fuerza del rock, y la melodía pop. Exactamente lo mismo, personifica el tipo
que la canta, un gigante musical de tan sólo 1,57 cm de estatura, y vestido de
“esa guisa”, cruce perfecto entre LITTLE RICHARD, JAMES BROWN, y JIMI HENDRIX,
con una puesta en escena tan efectista como efectiva desde el punto de vista
del dramatismo escénico.
PRINCE, o
como demonios quisiera llamarse, genio revolucionario pleno de la mejor
tradición, que moldearía el signo de los tiempos que le toco vivir con sonidos
y ritmicas deslumbrantes. Uno de aquellos que siempre son los mejores, los
mismos que nos abandonan muy pronto, dejándonos con una sensación de
inconsolable orfandad
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